Aquí estamos sentados, infantes cósmicos,
aferrándonos a nuestras pantallas como a mantas de seguridad,
confundiendo constelaciones pixeladas
con los fuegos reales que arden en en el Boyero.
¿Nos elevaremos alguna vez más allá
de nuestras insignificantes ataduras
para descubrir las verdades conocidas por los arcturianos?
Nosotros nos arrastramos
por la espesa miel de la gravedad,
mientras que alienígenas avanzados
pasan de una dimensión a otra,
y sus pensamientos son como dotadas de luz propia
¿Por qué la mayoría de los humanos
permanece atada a la Tierra en mudo silencio,
mientras las estrellas nos convocan a dimensiones superiores?
¿Podremos desprendernos de esta piel de carne y tiempo,
y desplegar la conciencia como velas solares
en los vientos estelares del abismo arcturiano?
¿Estamos destinados a quedar atrapados para siempre
en la llanura estrecha del espacio y el tiempo?
La trascendencia no consiste en abandonar esta canica azul,
sino en verla con ojos alienígenas:
reconociendo las matemáticas divinas ocultas
en la espiral de cada caracola o el aleteo de cada hoja en el viento.
¿Romperemos al fin nuestras ataduras,
y nos abriremos a las verdades que los arcturianos ya conocen?
Si miramos con atención, los cielos están cerca:
su antigua luz transporta mensajes cifrados de civilizaciones
que aprendieron a danzar con el infinito.
¿Estamos listos para aprender sus pasos?