¿No es la fecundación meramente
el principio de la muerte,
y la transmigración sin fin implicada
en cada aliento?
¿Son nuestros cuerpos los medios
para metas más elevadas?
¿O deberíamos reírnos, quizás,
de la idea de algún objetivo externo?
Tras años de búsqueda de respuestas
a tales preguntas,
una conclusión parece clara:
Debemos respirar suavemente
y aceptar que sabemos poco,
y ya que la muerte está siempre presente,
también hay poco que temer.