Una reflexión tanatológica
I. Las Tumbas de los Gadgets
¿Cuántos artilugios relucientes brillan en nuestras manos?¿Es cada sofisticada máquina elegante una máscara espejada?
¿Sirven realmente esas herramientas para satisfacer una necesidad real?
¿O son, acaso, medios para que almas solitarias se oculten
en colmenas digitales enmarañadas?
¿Qué tumbas aguardan a los artilugios que ya no relucen?
¿Serán desechados, para luego quedar lentamente cubiertos por enredaderas?
Cuando la tierra y el lodo comienzan a transformar su forma,
el óxido se vuelve su evangelio; el polvo, su salmo—
marcan su evanescencia con una calma inquietante.
A menos que aprendamos el arte de convertir residuos en químicos inofensivos,
entonces nos ahogaremos en nuestros propios dispositivos descartados,
mientras el mercurio, el antimonio, el plomo y los COPs se combinan
en microscópicos besos debilitan la carne humana
y erosionan la estructura misma de la mente y el sistema nervioso.
II. Exceso Imperial
¿Cuántos sepulcros necesitan los imperios decrépitosantes de que sus tronos se llenen de maleza venenosa?
¿No hemos invocado ya suficientes horrores grotescos
para saciar nuestra voraz y corrompida vanidad?
¿Qué nuevas abominaciones estamos dispuestos a proclamar?
¿No deberíamos aprender la sagrada aritmética
de la vida sencilla, hallando satisfacción con menos?
Mientras nuestras hinchadas estructuras se inclinan hacia el mar,
creciendo de manera cada vez más peligrosa,
nos atiborramos de oro y nos ahogamos en ganancias,
para luego rogar a las tormentas que la tempestad que limpie nuestras manchas.
¿Redimirá algún torrente nuestro inicuo reinado?
¿Qué podrá lavar nuestro hastío?
Si las tormentas llegan, ¿cómo recibiremos su estruendo?
| Maya: | (una risa rica y aterciopelada se le escapa como vino añejo, bordeada de ironía)¡Ah, la exquisita paradoja! Este poema sobre abrazar la simplicidad es, irónicamente, barroco, laberíntico y complejo. ¿No es esa la condición humana? Nuestra sed de sencillez engendra su propia enmarañada tierra salvaje. |
| Tara: | (con un medio encogimiento de hombros filosófico, los ojos tranquilos y distantes) Por supuesto. La simplicidad nace de la sombra de la complejidad. ¿Cómo podría alguien anhelar la simplicidad sin haber experimentado complejidades? |
| Raúl: | (exhalando un suspiro pesado, reclinándose con aire sombrío) Si anhelas la simplicidad, tal vez debas renunciar a la esencia misma de lo humano. Encarnar la humanidad es cargar con una ciudadela fracturada de deseos en conflicto, fantasmas ancestrales y ambiciones en conflicto interno. No hay nada simple en ser humanos. No hay nada simple en el ser humano. |
| Maya: | (sacudiendo la cabeza, los labios curvados en una sonrisa desafiante) No creo que tengamos que disolvernos en la caldo primigenio para hallar la simplicidad; basta con arrodillarse ante una fe organizada y rendirse al abrazo del dogma. Interpreta el caos salvaje del mundo a través de una lente sagrada y haz de un antiguo texto y tu jaula. La religión ofrece una simplicidad forzosa—un jardín amurallado, cuidado y seguro el rugido de la tierra salvaje. |
| Raúl: | (asintiendo con sombría certeza, certeza. Su voz suena/resuena como un profundo rumor terroso) Como bien sabes, eso no funciona para la mayoría de la gente. Los que tenemos mentes inquietas tendemos a rebelarnos contra los dogmas rígidos y tallados con geometría perfecta. Tarde o temprano, rebelamos en contra de cualquier contra cualquier pared que prometa una paz "perfecta". La simplicidad perfecta—una vida sin dudas ni contradicción interior—resulta imposible para la mayoría de los adultos. Tal estado solo lo alcanzan los niños que viven protegidos; o los fanáticos, que han quemado voluntariamente su capacidad de dudar. El resto estamos condenados a un término medio confuso y caótico. |